jueves, 24 de abril de 2014

Ya tenemos el resultado final de la actividad ideada por Ernesto Laguna para Sant Jordi

Ayer realizamos una actividad a cargo de Ernesto Laguna. Todos los niños y niñas inventaron diversos personajes, príncipes, monstruos, dragones, etc. A partir de su creatividad de forma conjunta con la de Ernesto, el escritor ha realizado una historia donde nuestros alumnos son los protagonistas.

¡Esperamos que os guste!





SANT JORDI 2014


¡Qué rollo! –dijo Uanra, mientras contemplaba el reflejo de las nubes sobre el río. –En este pueblo nunca pasa nada. Aunque hoy sea la fiesta del libro y la rosa, parece que todo el mundo esté echándose la siesta, no se mueve nada.


Las nubes caminaban lentamente por el cielo, como una ligera telaraña, porque este año el verano era perezoso.


Uanra miraba su cuerpo pequeño como si quisiera descubrir algo nuevo, pero bajo su bata médica –que le encantaba- se adivinaban las extremidades peluditas: brazos, cómo de conejito. Jordi le contestó:


-Chaval, eres un poco aburrido, ¿no? Si quieres nos vamos a casa, seguro que encontraremos tareas por el camino, siempre pueden hacerse cosas entretenidas.


Uanra le miró de arriba a abajo; con el sol que lucía de vez en cuando, Jordi parecía un destello en mitad del campo: los ojos azules, el pelo rubio. “Todo un caballero, sin duda” pensó Uanra, que le admiraba mucho. Desde hacía tiempo eran súper amigos, casi inseparables: como uña y carne. A Uanra le gustaba mucho ir con Jordi: era entretenido, valiente, bueno, divertido... todo lo que hace falta para compartir buenos ratos con alguien. A veces Uanra se miraba al espejo y veía su propia carita, blanca como la de un fantasma. Nariz de bruja, orejitas de pato y un pelo como de serpientes, que tapaba con su gorro de paja. No es que le tuviera envidia a Jordi, pero pensaba: “¡Qué suerte! Si yo fuera como él...” Lo que no sospechaba Uanra es que a Jordi le pasaba lo mismo, pero al revés: le gustaba mucho cómo era Uanra: primero de todo porque a Jordi le habría gustado ser un poco más pequeñito, no tan alto como era. Sus piernas eran tan largas... que los brazos parecían pequeños.


Pero, ¿qué más da eso? En fin, eran muy amigos y les gustaba dar vueltas por el pueblo, como ahora, disfrutando del solecito de primavera. De repente, en medio del camino, apareció Máximus, un conocido de ambos, que parecía alterado, estresado, muy nervioso.


-Venid, venid, por favor –dijo, aturullado. La nariz pequeña, los ojos azules también pequeños, pero la boca grande bajo un bigote le hacían parecer un animalito, porque la cara de caballo y las orejas puntiagudas daban impresión de velocidad. Máximus era muy nervioso.


-La Princesa Presumida tiene un problema grandísimo. Ha descubierto a Patato molestando al dragón, dice que le quiere matar –les dijo.


Eso ya era demasiado, pensaron los dos, Jordi y Uanra. El dragón del pueblo era muy bueno, todo el mundo le quería y siempre jugaba con los niños. ¿Por qué diablos ahora Patato se empeñaba en esta tarea?


Es que Patato –aunque ninguno lo sabía- había encontrado un casco antiguo en el desván de casa; cuando se lo había puesto y se había mirado al espejo con la espada y el escudo que llevaba siempre, él mismo se había animado y había dicho en voz alta: “Soy el Caballero Patato y tengo que matar un dragón”. Es cierto que con este uniforme parecía un guerrero medieval, pero su forma de patata se veía de lejos; entre otras cosas porque no tiene piernas, aunque se pone botas para disimularlo.


Enseguida Uanra y Jordi respaldaron a Máximus y empezaron a recorrer el pueblo intentando encontrar a Presumida cuanto antes. Eso tenía muy mala pinta.


Y la encontraron enseguida, por suerte, al lado del parque. La Princesa Presumida era una conejita monísima: una poco gordita, toda blanquita con una mancha beige en la barriga, la cabeza un poco redondeada y las orejitas largas y puntiagudas. Le gustaba ponerse un lazo grande porque así sus ojitos (medianos, redondos y de color azul) parecían más simpáticos. Estaba muy asustada, casi gritaba:


-Le quiere matar, está loco, no sabe lo que hace: es nuestro amigo, el dragón de siempre, el amigo del pueblo…


-Un poco de tranquilidad, Presumida –dijo Jordi. –Esto lo arreglaremos en seguida.


-¡Ojalá! Ahora mismo, el dragón está escondido y Patato da vueltas por el pueblo intentando encontrarle. ¿Qué haremos? –dijo la pobre Presumida.


-Escucha, cara trucha… ¡No me enrollo, cara pollo! El de verde, que se lo pierde… –se oyó esta voz muy cerca con un escándalo de risas. Era Olaf, que vestido de bailarina de color rosa, se dejaba ver por una esquina. Le gustaba hacer gracietas siempre, no se paraba a pensar si la situación era grave, como ahora. Rubio, con los ojos azules, la nariz y la boca pequeñitas; las orejas grandes. Los brazos y las piernas muy fuertes, porque siempre está haciendo malabares y bailes por la calle. Quizá es su piel de color lila lo que hace más gracia, le da sentido del humor.


-No, hombre, no... –dijo Máximus. –Este momento es muy preocupante para andar haciendo bromas…


De repente apareció Marta, la mejor amiga de la Princesa.


-¡Hola! ¿Me llamabas? –le preguntó a Presumida.


Marta era una ratoncita muy mona, con la carita redonda y los ojos también grandes y redondos. Tiene el cuerpo redondito y las patas pequeñitas, pero las orejas son grandes y redondas: de ratoncillo, como su cola.


-Sí, Marta, pero hoy no es para jugar. Necesitamos que nos hagas un favor: habla con Patato, que es tu vecino…


A Marta las trencitas que le cuelgan le dan una apariencia muy simpática; además siempre está contenta; como su ombligo, redondito como el cuerpo.


-Claro que sí, hombre. No es malo, sólo que a veces se le va la olla, pobrecito… -dijo Marta.


Los brazos y las piernas de Presumida, cortos y regordetes, temblaban de miedo. Acostumbradas a diseñar ramos de flores y complementos de todo tipo, sus manos –con la pulserita y las uñas pintadas de color rosa- se encontraban ahora en otro mundo, tan feo… No como la ropa de todos sus amigos, también hecha por ella.


-Ahora mismo lo solucionaremos todo, no sufras –era Jordi, que también quería ayudar: como Uanra y Olaf; como Marta.


-Haremos lo siguiente: Máximus, tú que eres pequeño y delgado, con los brazos muy atléticos, intentarás encontrar el dragón y decirle que no sufra, porque le protegeremos. Mientras tanto, Uanra y yo iremos a hablar con Patato y demostrar que todo es una ida de olla. Aquí no hay enemigos. Olaf, por favor, tú quédate con Marta y Presumida, que no se asusten más.


Enseguida, Máximus se puso la gorra y la diadema por encima, para que no se le volara con el viento. Parecía como si su mancha en forma de corazón fuera un poco más grande: quería tanto al dragón… Salió corriendo para hacer lo que había dicho Jordi, con tanta rapidez que el color lila de sus uñas pareció que se quedaba un poco más de tiempo que su cuerpo.


Jordi, delgado y atlético, comenzó a caminar; a su lado, Uanra. Olaf, Marta y Presumida se quedaron juntos en el parque: él les hacía bromas y los tres reían.


Nuestros héroes caminaron un poco por el pueblo y enseguida encontraron a Patato.


-Mata el dragón, mata el dragón... –iba diciendo.


-Pero, ¿qué tonterías dices ahora? –soltó Jordi para llamar su atención.


-El dragón es malo, tengo que matarlo. Para eso tengo este casco de caballero.


-¿Qué dices, malvado? –contestó Uanra. –Si siempre ha sido amigo de todos los niños...



-El verdadero monstruo eres tú, lo que tienes que hacer es acabar con tu locura, que nos llevará a todos a la ruina… ¡Mírate! –dijo Jordi. Y le puso ante un escaparate de chucherías que había en la plaza.




–¿Quién es este? –al mismo tiempo que le quitaba el casco. –¿Quién es? 




Patato se quedó boquiabierto, la mente se le había aclarado de repente.


-¿Pero qué he hecho? Sí que soy burro... ¿Dónde quería ir yo?


-Tranquilo, hombre, ya se te pasó –dijo Uanra. –A lo mejor te había poseído el espíritu de otra época. Ahora ya se han acabado las guerras entre nosotros.


-¡Vamos! Nos esperan todas y todos para ir al campo, a comer la mona. ¡Espera un poco! –dijo Jordi. Y al momento entró en la tienda y salió con una mona gigante.


Los tres caminaron hasta volver a encontrarse con Presumida, Olaf y Marta; justo en ese momento llegaba Máximus con el dragón.


Y los ocho caminaron poquito a poco hasta un rincón muy chulo del campo, cerca del pueblo, para celebrar comiendo la mona que habían acabado con el único monstruo que hay en el mundo: el odio y la violencia.


No fue una tarde: fue una rosa.




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